A lo lejos había un parque, a los lados edificios de vivienda y un polideportivo. Al llegar al final de la recta una gasolinera y la moto que pedía un poco más de combustible. Hacer un cruce temerario para llegar hacia ella fue divertido, sus carcajadas y sus sonrisas lo decían todo. Bajaron con orgullo llenando el depósito.
-¡Iremos al mar!-gritó ella riendo a carcajadas.-Me gusta el aroma del mar, el aroma que deja ese rompeolas.
-Luego podemos ir al pinar próximo a la montaña, ya sabes que por la interestatal llegamos en menos de quince minutos.
Ambos reían, se abrazaban, mientras el surtidor iba saciando la sed del motor. Sus besos se hacían eternos y causaban envidia a todos los allí reunidos. Pagaron por la gasolina, pero ella terminó entrando en los servicios.
No se sabe porqué pero un hombre, de mediana edad y con cierto sobrepeso, señaló a un policía donde estaba él. Lo señalaba incriminándolo y hablando de cosas que no entendía. Pronto se vio corriendo cuando notó que el policía y su compañero se aproximaban.
-¡Alto! ¡Policía!-gritó uno de ellos.
-¡No nos obligue a disparar!-decía el otro, el que habló con aquel hombre orondo, mientras su compañero daba la posición por la radio.
Él corría, él sólo escuchaba el bombeo de su corazón y sus botas pisar fuerte el asfalto. Un disparo al aire o dos, no supo saber cuantos. Corría, entre el tráfico y el estupor de los conductores. Ella había quedado atrás, lo querían a él y él deseaba salvarse. Entró en la zona arbolada del parque, no había nadie y la hojarasca crujía bajo sus botas. Sin embargo, ese sonido quedó eclipsado por el de sirenas. Se deshizo de su chupa de cuero, pesaba demasiado y le hacía correr lento.
La playa no estaba lejos, tan sólo unos metros. Llegó al muelle y montó como polizón en uno de los barcos atracados en el puerto. Era un barco de lujo y al estar allí uno de los chicos le dio un golpe en la espalda.
-¿Dónde has estado? ¿Y el uniforme?-aquello no lo entendía, pero había sido su golpe de suerte.
-Lo he perdido.-respondió con una sonrisa vergonzosa, o al menos intento de ella.
-Ven, creo que tenemos otro de repuesto siempre.-lo llevó hacia un camarote, había tres camas y un chico dormía en una de ellas. Era un muchacho delgado, de cabellos rubios y aspecto desaliñado.-Eduardo.-dijo mirando al chico.-¿Dónde lo has puesto? No hay nada tuyo aquí.
-No lo sé, te juro que no recuerdo nada. Estoy como confuso.-comentó.
-Extraño, tal vez por el mareo que sufrías anoche.-dejó un uniforme sobre una cama impecablemente bien hecha.-Ponte el mío de repuesto.-comentó con una sonrisa.
-Gracias.-respondió sacándose la ropa mojada, colocándose aquella sin pudor alguno.
-Yo iré a servir, seguro que me echan falta en el turno.
Se vistió, se colocó todo correctamente y tomó un cepillo para acomodar sus cabellos. Miró hacia un lado y vio una fotografía, había un chico idéntico a él salvo por unos pequeños rasgos poco perceptibles. Recordó entonces a ese primo lejano, ese que le hacía la vida imposible y que siempre era el centro de atención. Sí, el perfecto. Él era como el grano en el culo de toda la familia y su primo la pomada que aliviaba todo.
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