Me enamoré de tu luz que ilumina mis
violetas amaneceres y perfuman los atardeceres más sofocantes. Eres
la mujer que camina sobre pétalos de rosas de invierno. Tu piel
delicada como la arena blanca del caribe y la leche de coco, la cual
bebería fría o caliente, roza tu ropa ceñida mientras tus altos
tacones dejan el eco de tus pasos firmes. Quiero verte alzar tus
brazos por mi cuerpo y sentir tus manos contra mis mejillas. Tus ojos
oscuros son tan profundos que me hacen caer rezando por la imagen de
un ángel, el cual parece querer quitarse las alas pluma a pluma.
Quiero enterrarme en tu pecho,
olvidarme del ruido de la noche y dejarme seducir por la música de
tus labios. El deseo de conquistar tus labios y dejar en ellos el
sabor de mis felices lágrimas, las mismas que provocan tu silueta de
guitarra.
Sé que soy el elegido por tus ojos de
diamantes nocturnos, tu sonrisa delata que juegas entre las sábanas
buscándome mientras dejas que tu voz se arrastre mi nombre, por eso
iré a por ti decidido a calmar tu necesidad de sentirte protegida y
liberada. Besaré tus labios y tus mejillas mientras proclamas que ya
soy tu presa favorita.
Me deslizaré sobre ti dejándote roces
con mi boca suavemente por tu cuello, aunque sea de pie en medio de
un callejón donde al fin supliques que sacie tu apetito. Te haré
girar como si fueses bailarina y te pegaré contra el muro, para que
tus delicados y duros pezones acaricien los ladrillos vistos. Ya
puedo oler tus hormonas agitadas como en un cóctel letal, igual que
las mías, y eso hará que vaya hacia ti buscando como penetrar tu
cuerpo para que sientas el deseo libertino que provocas.
Haces que este humilde caballero se
convierta en mendigo de caricias y rey con derecho de carnada. El mismo que te ama sosegada y te desea temblorosa por sus manos.
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