Los hombres no lloran, los guerreros no
sienten dolor cuando la espada los atraviesa y jamás se rinden ante
la batalla, por dura y asfixiante que sea. La mirada de un guerrero
es penetrante y jamás se achanta, sino que se vuelve salvaje e
inyectada en sangre. Los hombres más dóciles se vuelven los más
fieros, la batalla comienza y el dolor se acrecienta en sus corazones
de hierro. Eso soy, eso seré, un guerrero que no debe sentir ni
siquiera imaginar el sufrimiento de otros. En realidad, soy un niño
que no olvida las heridas de su espalda que ocultan sus alas rotas,
el hombre que busca con la mirada un resquicio de integridad en un
mundo muerto lleno de locura.
Nombre de santo, manos manchadas de
sangre, mirada con la nebulosa del que ha vivido demasiado y palabras
secas en tono poco gentil. El silencio envuelve todo, incluso las
muertes que nacen de mis colmillos y caen al pavimento. No tengo
remedio, las soluciones a mi demencia son nulas. Soy un sucio vampiro
desalmado para muchos, el niño cubierto de su propia sangre para los
míos. Aún siento el dolor lacerante de los primeros años y no he
tenido la suerte de encontrar bálsamo para las heridas del ayer.
Sigo siendo el lobo solitario de rasgos duros y ojos de gran felino a
punto de saltar sobre tu cuello. No confío demasiado en las
soluciones que aplican al mundo y he decidido aceptar que si hay que
salvarlo que lo haga un condenado, alguien como yo que nadie llorará
su perdida.
Mi único placer es la sangre y la
música que es lo único que me acompaña allá donde vaya. Si me
encuentras tal vez te perdone la vida si en tus ojos encuentro la
bondad que ando buscando.
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