La belleza de la noche
Estamos inmersos en una oscuridad, casi palpable, iluminada por el parpadeante horizonte. La ciudad ya no duerme, deslumbra más en la noche que durante el día. Luces que no queman, que no dañan, que no incineran a los hijos de las tinieblas que esperan ansiosos la oportunidad de clavar sus incisivos en los cuellos malolientes de mendigos y directivos de grandes corporativas.
Una ciudad sin nombre, una cualquiera, iluminada por los letreros de elegantes Casinos o cutres salas de juego, bares de mala muerte o deslumbrantes salones donde van los más perversos y ricos, discotecas de música cargada de cliché y sin alma o belleza, prostíbulos, gasolineras, tiendas de comestibles que no conocen el cierre, salas de cines que resisten a la nueva industria del glamour, teatros y pequeños pub donde se vende el alma al diablo... como también lo pueden hacer cualquier estúpido en cualquier esquina. Una ciudad cualquiera. Sí, una de tantas. Es el reflejo de la incomprensión, de los distintos estratos sociales y de la necesidad de ser común. Todas son iguales en su perfil urbano, o prácticamente iguales, pero la esencia de esta tenía el viejo aroma de Europa. Pongámosle nombre si lo desean, así que escojan los posibles lugares según sus gustos ya que podría ser Roma, País, Barcelona, Berlín... el nombre no importa, lo que importa es la historia que ocurrirá en sus calles.
Un ajetreado joven corretea por las calles poco alumbradas del extraradio. Huye de algo invisible, puede escuchar como alguien le pisa los talones pero no alcanza a reconocer un rostro o alguna facción característica. Su aliento golpea el aire frío de una noche de invierno, una de esas que apetece estar en casa bajo la ropa de manta más cálida y con la calefacción bien alta. Pero él no pasa frío, un sudor recorre su frente pegando sus cabellos negros contra su frente. Sus labios están entreabiertos, ya que le falta fuelle y cree desmayarse. Lleva corriendo casi una hora, ha aguantado más que cualquier otro imbécil, aunque si bien logra recuperar el aliento unos minutos pensando que está a salvo pero la sombra vuelve. Se siente acorralado e inmerso en un juego extraño, uno de esos de consola que pronto tendrá el cartelito de “Game Over”.
-Ruega por tu alma aunque no creas en Dios, muchacho.-
Susurra la sombra que se va haciendo más nítida, como si lo alcanzara, y ya no hay otro lugar donde encontrar salida. Ha caído en un callejón con unos muros de ladrillo visible. Esos callejones que existen entre fábricas y talleres, el paisaje más industrial de la ciudad.
No ha logrado reconocer la voz, ya que incluso ha llegado a pensar que es una pesada broma de alguno de sus amigos. Pero esa voz parece proceder del infierno y ellos no tienen tanta resistencia. Así que no hay otra, alguien le sigue y juega con él como si fuera un ratoncillo de laboratorio.
-¡No te acerques a mí! ¡Búscate a otro joder! ¡Yo sólo soy un perdedor! ¡Nadie te dará nada por mí!-
No tenía a nadie. Era uno de esos jóvenes que malvivían en las calles durante el día, aunque con un cerebro privilegiado y un exquisito gusto por el arte. Un ladronzuelo con aspiraciones de demonio. Había matado a su padre de un tiro a bocajarro, disfrutó al apuntarlo y hacer que el gatillo cediera bajo las yemas de sus dedos. Sí, lo había disfrutado. Ese cabrón se lo merecía. Al igual había hecho con su madre, un tiro en la nuca como si fuera una hermosa ejecución. Se lo merecían.
Su infancia había sido dura, entre golpes e insultos, mientras agonizaba con anemias y con los golpes que le regalaban. Malnutrido y sin los medicamentos oportunos para alguien como él, bipolar. Lo único que tenía era una celda oscura, un mundo que podía dejar en ocasiones y asistir como cualquier otro al instituto. Por ello estudiaba con ansias, aunque no se relacionaba demasiado. Amaba el tacto de las hojas en blanco y como quedaban sus garabatos sobre ella. Instruido en ciencias, letras, historia, filosofía... un erudito que únicamente gruñía.
Poco a poco consiguió liberarse de todo y conseguir algo más de la vida. Había sentido lo que eran las decepciones y las victorias, todo de forma intensa. Era un buen espécimen, el mejor. No importaba su aspecto siniestro, como sacado de las peores y más maravillosas pesadillas. Un rostro de ángel, cabellos sedosos oscuros cayendo hasta la cintura y ropa desaliñada de color oscuro y llena de tachuelas junto a símbolos como la cruz de isis.
-Eres el apropiado.-
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